El matrimonio de Alfonso y Sophia en San Fabián, Ñuble
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A&S
30 Mar, 2019La crónica de nuestro matrimonio
Fue más o menos así...
Comenzaba noviembre y nos habíamos puesto de novios. Aún era muy pronto como para comenzar a hacer los preparativos de la boda, pero nos propusimos casarnos en marzo del año siguiente y todo el mundo nos decía que cinco meses se pasaban volando. Teníamos un trato de no afanarnos mucho con la boda para no estresarnos. Queríamos comenzar poco a poco resolviendo los aspectos generales hasta terminar con los detalles, pero claramente este trato lo rompí a la semana de haberlo conversado.
Noviembre fue un mes muy loco, teníamos que resolver cosas personales muchísimo más importantes que comprar un vestido o escoger los colores del matrimonio. La familia de mi novio no me conocía, no tenían idea de que nos casaríamos y no teníamos ninguna seguridad de lo que iba a suceder cuando Alfonso viajara al sur a contarles la noticia (nosotros somos de Santiago y sus padres viven en San Carlos). Otro de nuestros tratos a la hora de casarnos fue que no avanzaríamos en los preparativos hasta que mis padres tuvieran paz con nuestra unión y los suyos también. Fue algo que entendimos que sería sano y confiábamos que aun que hubiera obstáculos y diferencias Dios podía hacer que en el corazón de nuestras familias y amigos estuviera la misma convicción que Él había puesto en nosotros de que debíamos casarnos y completar esta vida juntos como equipo.
Seguir leyendo »Al comienzo no fue tan fácil, pero a lo largo del mes, la noticia, aunque era loca e inesperada, comenzó a tener una recepción de parte de nuestros seres más amados bastante buena. Yo viajé un par de veces a ver a su familia y comenzó a crecer la confianza y el cariño. Después de ver una evolución en nuestro alrededor y también sentirnos mucho más seguros de nuestra decisión, comenzamos a planear todo.
Yo, desde el principio como relaté anteriormente, ya había empezado a mirar en las redes mi vestido, los estilos de bodas y todo lo que se necesita para comenzar. A finales de diciembre encontré una página estadounidense que vendía vestidos de novias a medida y con un precio accesible. Incluía joyas, guantes, tocados para el cabello, el velo (de unos 3 metros) y dos falsos que sostendrían el vestido enorme que había escogido. Lo hice con mucha fe, hablé a través de la página con una modista en inglés (que por cierto no sé cómo) y pedí un vestido 5 centímetros más pequeño de todo el contorno de mi cuerpo. Fue un riesgo, pero no tenía muchas opciones y confié completamente que Dios sabía de mis limitaciones y haría que llegara el vestido perfecto para mí. Había otro detalle en nuestra boda y era que mi novio trabaja en el Ejército de Chile y su traje iba a ser cual príncipe azul de cuentos de hada, obviamente yo debía estar a la altura de tremendo atuendo, así que pedí un vestido de cola enorme y unos zapatos de unos 14 centímetros de altura. ¡Uf!
En las últimas semanas de diciembre y comienzo de enero decidimos que la boda se celebraría en el sur, donde viven los padres de Alfonso. Mi novio fantaseaba con ese lugar, porque había pasado gran parte de su infancia en una localidad cercana a San Carlos llamada San Fabián de Alico, un lugar precioso lleno de bosques y ríos, que no tenía comparación con los lugares más verdes que pudimos encontrar en Santiago.
Al comienzo la idea era hacerlo en un hotel en Santiago con pocos invitados, debido al costo. Luego cambiamos de parecer y buscamos parcelas, pero pensándolo mejor terminamos dándonos cuenta de que queríamos una boda de noche, al aire libre, a la luz de las velas, en el lugar de los sueños de mi ahora esposo y con toda la gente que amábamos, así que nos decidimos por el sur. También el cambio de planes y haber trasladado el evento a San Fabián trajo muchos beneficios: los recintos tenían cabañas para hospedar a mis invitados de Santiago, era considerablemente más barato todo y la gente del sur, cuando supo del cambio, nos ofreció un montón de ayuda que jamás esperamos recibir. Fue una bendición.
En uno de los viajes de enero concretamos el lugar del evento, un recinto llamado Complejo Turístico El Maitenal y ya tuvimos una idea clara de los horarios: el matrimonio sería a las 19:00. También junto con este gran paso, llegó el vestido a mis manos que había viajado miles de kilómetros para finalmente ser exactamente lo que había soñado.
Cuando abrí la caja que contenía mi vestido me quedé impresionada, todo era perfecto y de excelente calidad, el vestido era hermoso, no tenía imperfecciones. Solo una novia llena de limitantes sabe que al final todo ese cuento de películas con la novia perfecta buscando el vestido perfecto y costoso no existe en la vida de una simple mortal, sino más bien el anhelo de estar linda para el novio y que las personas que amamos vivan junto con nosotros un día especial. Yo no tenía los millones que algunas pueden gastar con todo el derecho del mundo, tenía pocos recursos y haber recibido un vestido al precio que lo compré, tan hermoso, sin nada que envidiarle al vestido más costoso de la famosa Casa Blanca, fue un milagro y un regalo de mi Padre que está en el cielo.
Gran parte del mes de enero y de febrero los pasé lejos, tuve un viaje a Lima que no podía dejar de lado y junto con Alfonso, mis padres y mis amigos nos fuimos a un entrenamiento. Ya a mediados de febrero volví para terminar los preparativos.
En Santiago me encontré con un montón de amigos y familiares dispuestos a ayudar en todo. Mi amiga Carla se ofreció a hacerme la torta de novios, mi amiga Claudia nos regaló todas las flores del matrimonio, mi padre se ofreció a construir el altar que habíamos soñado tener, algunos amigos junto con mi novio estaban ingeniándoselas para construir una guirnalda de luces de 100 metros para iluminar tremendo lugar, mi amiga Eliana junto con mis primas se ofrecieron a preparar el bufete de postres, mi madre y mi suegra (que viajaba a Santiago) estuvieron ayudándome a comprar todas las cosas que hacían falta (floreros, flores, adornos, telas, plásticos, etc.).
Amigos ayudándome a hacer un escenario para tomarse fotos y otros preparando temas en guitarra para hacer un espectáculo. En San Carlos, dos amigas de mi suegra nos habían ofrecido cocinar el día del matrimonio y una de ellas amante de la decoración nos estaba confeccionando la mantelería, las copas de novios y tantas cosas más que ni siquiera puedo recordar. Una amiga de mi novio que trabajaba como fotógrafa nos regaló las fotos y nos ayudó a conseguir mozos para el servicio de la boda. No sé si algún día termine de entender todo el amor y el sacrificio que hubo en este día, no sé si pueda asimilar el amor que tuvo Dios con nosotros, pero yo puedo dar testimonio de que fue un día donde el cielo se abrió para nosotros y las personas que nos aman fueron clave para que todo fuera tan hermoso y perfecto.
A finales de febrero comencé a viajar sola a San Carlos para poder organizar todo desde allá y poder comprar lo que había que refrigerar. Este tiempo fue muy importante para mi, pude reforzar los lazos que habían comenzado a formarse con la familia de Alfonso y también él pudo descansar en que yo y sus seres queridos comenzábamos a tener una relación más fluida y cercana. Me ayudé de mi suegra y amigas para preparar el menú y la decoración. Iba planeando todo en un documento excel y comprando. No fue tan difícil decidirse, más bien comprar las cosas y reunirlas fue lo más aparatoso, ya que muchas cosas debía comprarlas en Santiago y trasladarlas a San Carlos.
Cuando faltaba una semana para el evento todo comenzó a volverse ansiedad y estrés. Siempre me propuse no afanarme más de la cuenta, pero el tener que estar pendiente de tantos detalles me comenzó a pasar la cuenta. Durante la ceremonia civil que se realizó en Santiago casi me desmayé. No entendía por qué, no había estado nerviosa, ni haciendo las cosas con desesperación, pero por lo que me contaron, inconscientemente la mente comienza a colapsar cuando cada día debes resolver tantas cosas.
La semana final fue de locos. Nos prestaron un camión para poder trasladar todo lo que teníamos que llevar desde Santiago: muebles, telas, vidrios, el altar, las flores, etc. La tarea de camionero la cumpliría Alfonso, ya que iba viajando el viernes 29, un día antes del matrimonio, lo que era necesario para que las flores estuvieran en buenas condiciones. Por mi parte yo me instalé en la casa de mis suegros la semana anterior al evento.
Un par de días antes de la boda comenzaron a llegar muchos de mis invitados de Santiago para ayudarnos a decorar, preparar la iluminación, cocinar y todo lo que fuese necesario. El recinto que arrendamos incluía seis cabañas muy grandes que comenzamos a utilizar un par de días antes del evento. Comenzó el montaje del circo y todos éramos pequeños tramoyas que nos movíamos de un lado a otro. Llegaron amigos de Argentina, tíos viejitos y hasta los niños habían prestado su ayuda para lo que fuese necesario. El día anterior quedó montado un 30% del matrimonio, pero era tarde, no había luz aún en el lugar, estábamos cansados y todos deseábamos dormir. Nos fuimos todos a acostar y confiamos que al día siguiente las luces iban a prender, la comida iba a alcanzar a prepararse y todos los stands del evento quedarían listos a tiempo.
Llegó el día, todo marchaba desde las 7:00. Muchos amigos y familiares estuvieron desde muy temprano cocinando y preparando los arreglos florales. Yo me centré en la decoración y con la ayuda de algunos pudimos ir resolviendo los detalles que faltaban. A las 11:00 llegaba la maquilladora y peinadora para las damas de honor, nuestras madres y para mí.
Desde temprano tenía un pensamiento en la cabeza que no me dejaba tranquila y era que mi hermano mayor (que vive en Holanda con su esposa) no iba a poder estar en mi boda por temas económicos. Mi hermano de en medio estaba intentando viajar al sur, porque venía llegando de Holanda y no sabíamos si los tiempos alcanzarían. Así que por un lado me daba mucha tristeza saber que uno de ellos no iba a acompañarme y el otro era probable que no estuviera durante la ceremonia (que para mí era lo más importante). Pero bueno, dejaba de lado eso y seguía trabajando en todo lo que faltaba.
Se acercaba la hora, eran las 18:30 y yo comencé a arreglarme. Me peinaron y maquillaron, me vestí y ya estaba lista. Me inquietaba no saber que estaba sucediendo afuera, si los preparativos estaban listos o no, pero no podía hacer nada más, debía calmarme y descansar. El panorama estaba así: los invitados recién yéndose a bañar, mi suegra sin peinado ni maquillaje, el cóctel atrasado, las mesas sin montar, mi hermano no tenía para cuando llegar y todos los invitados restantes estaban llegando y sentándose en el lugar de la ceremonia. Un caos.
A las 20:00 todo comenzó. Las damas de honor entraron con sus parejas y el novio desfiló hasta el altar con su madre, todos lo aplaudieron y yo imaginaba como se veía con su traje militar. Por mi parte estaba lista para salir junto con mi padre, escondida en una cabaña hasta que recibí la orden de entrar. El camino hacia el altar fue terrible, temblaba y venía pisándome el vestido que me quedaba un poco largo. Pero no importó en absoluto, porque cuando vi al novio tan hermoso (a mis ojos, aclaro) ¡se me olvidó todo! Todos estaban emocionados y felices. Nos paramos frente al altar y supe que uno de nuestros sueños se había hecho realidad: ¡nos casarían nuestros propios padres!
La ceremonia comenzó y el discurso fue preciso. Llegó la hora de los votos y Alfonso no tenía nada preparado, él simplemente improvisó y habló desde el corazón. Me hizo llorar y reír a la vez. Luego fue mi turno, cuando de repente toda la gente comenzó a mirar hacia atrás. Yo no entendía nada, pero Alfonso me apunto hacía una esquina del lugar y ahí venía entrando mi hermano de en medio con su esposa, muy contentos de alcanzar a ver nuestra ceremonia. Lo que yo no me esperaba es que unos segundos más tarde entraría mi hermano mayor junto a su esposa, que habían decidido darme una sorpresa a mí y a toda la familia. Habían podido comprar pasajes unos días antes y no habían dicho nada. No sé si era el momento, la sorpresa, la alegría o el amor inmenso que había en ese lugar, pero me largué a llorar como una niña y supe que Dios fue fiel y atendió a cada deseo de nuestros corazones.
La ceremonia continuó, todos estaban tan emocionados, no solo nosotros dos. Yo dije mis votos y concluyó con nuestro beso. Nos aplaudieron y oraron por nosotros. Nos fuimos del lugar y el cóctel comenzó. De aquí en adelante podríamos decir que la historia fue muy similar a la de muchos: comida, brindis, vals, música, fotos, cena, juegos y una pista de baile. Fue una noche perfecta, se nos apagaron las luces unas cuantas veces, pero nos reíamos y todos éramos cómplices de cada detalle que no salió como planeábamos. A la media noche mi esposo tomó el micrófono y junto a un amigo con su guitarra comenzó a cantarme. Nos reímos todos y luego me desafió a mí, obviamente yo había preparado algo por si él se atrevía a retarme. Fue un show divertido, incluso más personas del público se atrevieron a cantar y a mostrar sus talentos.
Luego mi suegra comenzó una ronda de juegos con los invitados, donde teníamos premios y actividades divertidas para todas las edades. Lo pasamos excelente y espero que todos los presentes lo hayan vivido con la misma alegría. Finalmente nos retiramos del lugar y nos fuimos al hotel de Chillán, donde nos esperaban con rosas, chocolates y champaña.
Todos mis agradecimientos a las personas que nos ayudaron, sirvieron y apoyaron. Mi eterno GRACIAS a mi Padre Celestial que nos ayudó en todo y fue cómplice de nuestras frustraciones y alegrías en todo este tiempo. Sin Él nada hubiese sido posible.
Si te vas a casar tengo un consejo para ti: sé humilde, rescata los buenos consejos, no te afanes que cada día tiene su propio afán y no hagas planes rígidos, porque muchas cosas no salen como uno las imagina, pero cada problema se vuelve una anécdota en la cual siempre será mejor estar abierto a una sonrisa agradecida.
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