El matrimonio de Cecilia y Raúl en Valdivia, Valdivia
Verano Verde 3 profesionales
C&R
04 Ene, 2020La crónica de nuestro matrimonio
Fue un día soleado en Valdivia, cosa que de por sí ya lo hace especial, no abundan esos días en la región de los ríos. Los preparativos partieron temprano. Tomamos desayuno en el hotel con Cecilia y nos dimos un beso de despedida. Ella se iba a preparar junto con su madre y una amiga mientras yo continuaba concretando los últimos detalles. Me dirigí a la casa, donde me encontré con amigos de la Ceci, Leslie y Miguel, quienes se casan en un par de semanas más. Tomaban desayuno tras un viaje largo desde Concepción en bus. Conversamos, nos reímos, compartimos anécdotas referentes a la organización de los matrimonios y sus vicisitudes.
Luego tomé mi guitarra y me dirigí en Uber al centro de eventos donde más tarde se celebraría la recepción. El chofer, José Antonio, un hombre mayor, en su séptima década de vida, sobreviviente de un cáncer y trasplante autólogo de médula, compartió su experiencia del matrimonio. Uno que terminó fracasando tras años de enfermedad, problemas económicos y distanciamiento progresivo. Este hombre compartió esa parte de su vida con emoción genuina, desde el corazón, con el valor de una persona que cuenta sus batallas perdidas.
Seguir leyendo »Llegué al centro de eventos, lugar que le da sentido a esa frase del himno de este país, "una copia feliz del Edén". El lugar, acariciado por el río cruces y bañado por la luz de la mañana, no tenía nada que envidiarles a los parajes de Nueva Zelanda que tan famosos se han hecho en las películas del Señor de los Anillos.
A esa hora, aún no estaba instalada la decoración y, aun así, ya se veía hermoso. En eso llegó Gonzalo Sorich, el músico que nos acompañaría durante toda la velada. Le pedí que ensayara conmigo una versión del “Run run” de Violeta, compuesta por un amigo de antes que no estaba presente en el matrimonio, con el cual toqué en un dúo durante años y hace muchos años. Gentilmente Gonzalo se reunió conmigo e improvisamos una versión de ese tema que tanto nos ha acompañado durante distintas etapas de nuestras vidas.
Terminado el corto ensayo, me devolví a la casa. Comencé a arreglarme. Llamé por teléfono a la Ceci, no recuerdo bien la razón, pero me despedí diciéndole a modo de broma que la próxima vez que nos viéramos, iba a ser en la iglesia cuando su padre la entregara. En ese momento y por primera vez, me puse nervioso. Me sudaron las manos y se me aceleró el corazón. La ducha fría ayudó un poco. Me terminé de vestir, con un traje de Wendy Pozo. Hermoso, pero no me quitaba los nervios. Miguel, en un acto de sabiduría infinito, esa sabiduría que solo te la puede dar lo vivido, sirvió 2 cortos de destilado de hierbas con hielo. Un salud, y a tomar ese vaso de coraje líquido. Eso si ayudó. Entré al Uber y fui a buscar a mi madre y mi tía, mis madrinas de matrimonio. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en la iglesia.
En la calle, antes de entrar, había mucha gente. A primera vista masa de cuerpos sin cara, mucha gente. A medida que me iba acercando se definían esas caras. Todas sonrientes, conocidas. Le siguieron abrazos de reencuentro, besos verdaderos después de años sin verse. Mientras me encontraba distraído saludando a tanta gente, se escabulló silencioso el tiempo. Me cambiaron minutos por segundos y en un momento la novia ya había llegado, y yo ya estaba dentro de la iglesia llena, mirando una pareja caminando con el sol a sus espaldas. Solo se veía una silueta. Encanto Coral con sus voces mágicas inundaron la iglesia. Amarte por mil años más sonaba. No la conocía, pero esos acordes y progresión familiar, ya grabada en los genes por años de estereotipos oídos apelando al amor romántico conspiraron con la magia fotográfica del momento en que cruzaron el umbral.
Ya el sol no mostraba solo su silueta. Apareció su carita. La más hermosa que he visto en mi vida. Con una sonrisa generosa y gigante, inundando con su luz todo mi espacio, caminando lentamente hacia mí. Un abrazo, lecturas, palabras, un diacono aterrizado, real, acertado, unas promesas, unos anillos y un beso de verdadero amor. Cuando voy al trabajo de Víctor Jara resonó en la Iglesia interpretado por los mismos. Todos aplaudiendo, felices. Abrazos y más abrazos a la salida. Ahí comenzó el verdadero plan. Las sorpresas comenzarían a develarse.
Caminamos por el paseo libertad, comenzaría el viaje. Caminamos en dirección a la costanera. Nos dimos vuelta y tras nosotros todos los nuestros en una marcha multicolor por las calles de Valdivia. Coloreando las calles de nuestra ciudad, espontáneamente algunas consignas de lucha social comenzaban a sonar, haciendo eco de todo lo que ha sucedido en nuestro país en los últimos meses. Finalmente, tras recibir el cariño espontáneo de los que cruzábamos en la calle, nos embarcamos todos en el catamarán Tornagaleones, que nos llevaría por los ríos de la región hasta el centro de eventos Cabo Blanco.
Llegamos y por primera vez pudimos mirar lo que solo nos podríamos haber imaginado. María Paz Robin (MPR) creó un lugar de cuentos de hadas. Luces, flores, fardos, fotos, telas. Todo dispuesto con una sensibilidad superior, interpretándonos a la perfección. Cada detalle que alguna vez le habíamos mencionado estaba presente. Erich Garrido estaba esperando como anfitrión. Ya nos conocíamos, nos habíamos reunido un par de veces antes y sabíamos que había más que solo lo laboral como conexión.
Sonaba nuestras canciones. Nada de versiones de música de ascensor ni música neutra. Estábamos representados en todas partes. Sonaban los Kuervos del Sur, Inti Illimani, Cultura Profética y Jorge Drexler, entre otros. Comenzó el Picoteo, los aperitivos. José Luis Vargas, el Chef encargado de la banquetería de nuestro matrimonio y amigo nuestro, creando bocados transportadores, catapultas sensoriales que nos enviaban directo a nuestra infancia, a nuestras tierras. Conectaron todos de alguna forma. El viaje ya no fue solo físico, no fue solo caminar y navegar, los sabores fueron vehículo a través del tiempo. Gonzalo Sorich hizo su entrada. Con su voz y guitarra comenzó a conquistar el espacio. Evocaba tantas reuniones familiares alrededor de la guitarra, tantos asados con amigos, tantas fogatas en la playa. Comenzamos a abrazarnos y corear las canciones, como hace años, como si no hubiese pasado nada de tiempo desde entonces. Nuevamente el viaje continuaba a tomar cuerpo, los sentidos nos transportaban a todos.
Ahí comenzó nuestra ceremonia. Una que creamos nosotros. Oficiada por mi prima, mujer fuerte, bella, tierna y de alma transparente. Ceremonia de unión de luces y de manos. Votos desde el alma. Emoción a flor de piel. Terminamos todos inspirados. Ahí respiramos. Miramos alrededor a todos. Nuestras vidas, cada momento, cada etapa, viva en nuestros grupos de amigos y familiares. Estaban nuestras infancias, distintas como ellas solas, los amigos de siempre de cada uno y los comunes. Todos los grupos con identidad propia y en comunión, realmente emocionante.
Empezó la cena. Nuevamente JL Vargas deslumbró con una habilidad culinaria fuera de serie. Buffet en cada mesa, impulsando a la interconexión entre sus integrantes. Comenzaron a pedirse los platos de comida y no hubo mesa que no terminara conversando. Hicimos nuestra entrada, cantando “Je l'aime a morir” de Francis Cabrel. Recorrimos las mesas saludando a cada uno, reencontrándonos. Surgieron las tallas de siempre, las risas de antes. Cada uno con su estilo. Como parece ser la regla, fue tanto y tanta gente con quien compartir que al final no comimos nada, o casi nada, que no es lo mismo, pero eso igual. Luego unas palabras, primero nuestras, luego de los asistentes. Hermoso todo. Más canto, Gonzalo Sorich, luego yo, luego una sorpresa de mi viejo, realmente mágico. ¡Postres y a bailar!
Erich Garrido tomó la batuta con un manejo enorme y una energía desbordante. Se llenó la pista de inmediato. Todos bailando, primero al ritmo de los más adultos y de a poco subiendo los bpm. Poco tiempo pasó y todos estaban bailando hasta abajo. Risas, coreografías improvisadas, YMCA con los amigos, tallas, trago y más risas. Pura alegría y complicidad. Deconstruimos los ritos antiguos. Nada de pelearse por ramos ni ligas o whisky. Ceci le entregó una flor a cada una y yo me tomé un corto de whisky con todos, eliminamos la competencia e implementamos la comunión en nuestros ritos. Fue gigante. Pasaron las horas, siempre intensas. Salió Rey Momo con su carnaval Guachaca. Prendió toda la fiesta. La música en vivo suele hacer eso. Los bronces y las percusiones se tomaron el salón. Luego el bajón con cordero, malaya, arepas y consomé levanta muertos. Seguimos hasta la mañana. Nos fuimos del recinto cerca de las 8 de la mañana.
En suma, fue una celebración del amor, no solo de nuestro amor romántico en la pareja, sino que el amor que nos interconecta a todos, una oda a una forma de relacionarse con el otro que podría llevarnos a hacer una vida mejor para todos. Un viaje por el tiempo y nuestras vidas para cada uno. ¡Con todo si no pa' qué!
Servicios y Profesionales del Matrimonio de Cecilia y Raúl



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