El matrimonio de Francisco y Ana Lucía en San José de Maipo, Cordillera
Rústicos Invierno Amarillo 3 profesionales
F&A
20 Ago, 2016La crónica de nuestro matrimonio
Abrir los ojos ese día 20 de agosto no fue como abrir los ojos cualquier otro día. Despertar nunca había sido tan fácil. Dormirme, como lo hice ese 19 de agosto, nunca había sido tan difícil.
Las imágenes que posterior al despertar recorrieron mis ojos fueron vertiginosas y con etéreas pausas al indetenible ritmo que escogimos para aquél día. Con imágenes en cámara lenta, lágrimas de felicidad luchando fuertemente por salir a flote, y con la intensidad del sentimiento que las fundó, clavándose en mi pecho.
Al principio, claro, fue más bien confuso. Parecido al fervor y la erupción emocional que le llueven a quien recibe la noticia de haberse ganado un enorme premio de azar. Más que nacer emociones, ellas mismas se bloquean al atocharse en el pecho como un embotellamiento emocional sin salida. Pero cuando el afortunado recibe el depósito, libre de impuestos, en su cuenta corriente, y revisa los veintiún dígitos abonados a su cuenta, recién comienza a entender y asimilar el premio que ha recibido; del mismo modo sentí yo.
Seguir leyendo »No fue hasta que escuché el rítmico entonar de la hermosa y famosa composición de Michel Vaucaire, que lo comprendí. En el correr de un solo segundo, lo sentí y lo recordé. Recordé la reunión con Renatta, acordando la canción que sería amplificada a la entrada de la novia (mi actual esposa), recordé mencionarle a Edith Piaf. Recordé que su vaivén en cuatro cuartos con un tiempo silencioso semejaba un valz, y recordé que por un segundo casi decidimos bailar aquella canción como el valz tradicional. Recordé el filoso y brillante entonar de los bronces en la entrada musical, el iridiscente acompañamiento de las campanillas y la dulce y redonda voz de Edith Piaf. Recordé, además, que debía mirar el pasillo oculto: la salida de la suite matrimonial. Recordé, además, que debíamos seguir una pauta definida y perfectamente dirigida.
Recordé, finalmente, que tenía que respirar, y recuperé el aire en una bocanada desesperada que casi me desmayó.
Y allí venía. Con su peinado hermosamente terminado, con su sonrisa iluminando todo el salón de eventos, con el ramo de flores amarillas que habíamos seleccionado hacía tan pocas horas, con su vestido: pomposo y hermoso. Grande y brilloso. Asomando las puntillas de sus hermosos pies, sus labios con el color de la rosa más hermosa del mundo, su mirada al frente, orgullosa y feliz. Sus facciones estilizadas, sus ojos brillantes y su nariz elegante al frente de aquél conjunto majestuoso, campante.
Al ritmo de cada paso, mi corazón la veía y la esperaba, como el recién coronado millonario cuenta sus millones, yo la miraba y la observaba, entendiendo; en esos primeros segundos; que había sido coronado como millonario. Del premio más hermoso y enorme que se puede recibir, del beso, las caricias y el amor de una gran mujer.
Non, je ne regrette rien. No, no me arrepiento de nada. Cada vez que oigo la canción, me sigue produciendo escalofríos y lagrimillas en los ojos.
Desde su inicio hasta su final, la fiesta fue redonda. Desde que comenzó el día, acompañado por un sol hermoso y un clima cálido y agradable; sin ser opacado por la gélida y clara mañana; hasta el final de la jornada, cerrado por una corta sesión post-boda bajo la luz de la luna, estuvo gobernado por la felicidad plena de unirme al amor de mi vida.
La ceremonia civil y religiosa transcurrió sin sobresaltos, y la productora se encargó de alivianar la carga de organizar y guiar a los invitados.
Normalmente la llegada de la novia se hace en secreto mientras los invitados, incluido el novio, se toman una foto grupal, hacia un pasillo elevado del que baja al son de la música, para presentarse y ser entregada, según la tradición, por su padre.
El cocktail con el que se agasajó a los invitados, luego de los comentarios de los invitados, fue abundante y equitativo, y; de acuerdo a la degustación que habíamos realizado algun tiempo antes; delicioso. Camarones de calidad, empanadas recién fritas y unas brochetas de pollo en salsa donostierra, con jugos naturales y tragos de la mejor calidad. Un pisco sour en punto de casi congelación, un daiquiri con fruta natural y champaña de suave dulzor.
Posterior a ello, vino la fiesta. Iniciada con la danza de los novios al son del valz de Dimitri Shostakovsky, y los demás invitados, mientras caía una lluvia de burbujas desde el cielo. En el salón muy bien adornado y ordenado (salvo una pequeña excepción en la distribución de las mesas), bailamos. Bailamos como si fuera el último baile y como si nadie estuviera mirando. Bailamos abrazados como lo habíamos planeado. Bailé sintiendo su cintura firme, sintiendo su pelo rozar la humanidad de mi rostro y su sonrisa derretirme por dentro. Nos miraban, aplaudían y disfrutaban.
Infaltable, pues, sí, un pie de cueca. Ensayado tantas veces juntos descalzos sobre la alfombra roja de nuestro living, y acompañados por invitados al azar escogidos para nuestra cueca. Con la música en el orden que habíamos elegido, me hizo sentir en casa. Feliz. Luego de tantos años sin entender la cueca, y verla como un baile ridículo y sin sentido, ahora que mi esposa me enseñó a bailarla y a disfrutarla, la disfruto con el alma y deseo cada día bailar una cueca con ella.
Pero la mejor parte, sin dudas, ha sido la irrupción del cuarteto de mariachis. Iniciando su corta y fugaz, pero hermosa presentación con una de mis favoritas rancheras, la Malagueña Salerosa y finalizando con una emotiva versión de Paloma Querida, soltamos una que otra lágrima. Con sus voces poderosas y sin necesidad de amplificación, hicieron bailar a mis padres, a mis suegros, a mi abuela, y básicamente a todos los asistentes, rebozándolos de sonrisas y genuina alegría, y despidiéndose con una ronda de calurosos y majestuosos aplausos, dejando tras de sí una fiesta animada y feliz.
Y la fiesta comenzó. El cotillón, si bien llegó, llegó un poco tarde. Y de allí en adelante todo fue danza y goce. Ver a todos compartir nuestra alegría, todo grabado en un set (que hoy se siente tan pequeño) de preciosas fotos por M&O Fotografía, me hace sentir tan feliz que ya no tengo ni palabras que lo describan. Bailamos todos juntos, comimos postres hasta más no poder, y nos sacamos fotos y más fotos en la cabina. Fotos que algunos tienen la fortuna de ver y revisar y recordar, y que otros sólo pueden ver a través de las redes sociales. Pero que cuando las veo, recreo en mi corazón la felicidad profunda que sentí en ese momento y que por siempre recordaré con el calor en mi corazón.
Aún hoy, luego de un tiempo, sigo sintiendo mariposas en mi estómago y nudos en mi garganta, de felicidad y quedamos con la gran satisfacción que los detalles como los partes, lágrimas de felicidad, adornos, organizador de mesa, fueron hechos por nuestras manos, entregando así un trozo de nosotros a cada invitado.
Sólo diré que la amo cada día más. Que habiendo transcurrido ya 40 días, de matrimonio, un año con cinco meses y veinte días desde que me regaló ese sí encubierto, y más tiempo aún desde que Coco nos permitió saludarnos, sigo enamorado de ella. Sigo enamorado y seguiré enamorado hasta que el tiempo se desvanezca en un suspiro sin tiempo.
Escrito por: Francisco Tapia "El Novio"
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