El matrimonio de María José y Diego en Quilpué, Valparaíso
En el campo Otoño Blanco 8 profesionales
M&D
15 Abr, 2023La crónica de nuestro matrimonio
Elegir abril para casarnos implicaba correr el riesgo de tener un día nublado, o con lluvia en el peor de los casos. Pero ese 15 de abril amaneció soleado, con una temperatura agradable para ser otoño. María José había alojado donde sus padres, ya que se iría junto a su madre y hermanas donde nos casaríamos para comenzar el proceso de maquillaje y peinado. Yo me había alojado, junto a nuestra hija, donde mis padres.
Temprano me desplacé a la Viña Los Perales, para que pudieran peinar también a la pequeña, por lo que tuve la oportunidad de dar un vistazo final al lugar antes de ir a arreglarme para la ceremonia y fiesta. Todo estaba en su sitio, funcionando a la perfección, se respiraba que venía un gran día.
Llegamos con mis padres de los primeros a la capilla, para ir recibiendo a los invitados, y conversar con los músicos y el diácono que nos casaría.
La capilla de Los Perales es una maravilla, con un fresco en el techo de la nave principal que me hubiese gustado poder apreciar con más detenimiento. Los músicos, un trío de cuerdas compuesto por guitarra-violín-violonchelo, estaban encantados con el lugar y su acústica. Al poco empezaron a llegar los invitados, a quienes fui recibiendo con suma alegría. Amigos y familia habían viajado de distintas regiones para acompañarnos, incluso un par venían del extranjero para no perderse este gran acontecimiento. Ya llegando la hora en que debía comenzar la ceremonia, María José aún no aparecía, porque el ramo aún no llegaba, pero iba en camino (lo llevaba una invitada que iba atrasada); fue una espera que permitió a que todos llegaran a tiempo.
Seguir leyendo »Cuando el camarógrafo me confirmó que la María José ya estaba lista, ingresé en el templo acompañado por mi madre, mientras la música comenzó a sonar. Luego ingresó mi cuñada con mi hija, cuyo zapato voló por los aires pero fue rápidamente recuperado. Teniendo a la pequeña en brazos, María José ingresó al templo del brazo de su padre, con un hermoso vestido y una sonrisa que demostraba su alegría, y nerviosismo. La ceremonia fluyó de manera tranquila y emotiva, con una elevada prédica del diácono. Al salir del templo, una nube de burbujas nos acompañó, para mostrarnos al mundo cómo esposos.
Mientras los invitados pasaban al coctel, con María José fuimos a hacer una pequeña sesión de fotos, oportunidad en que pudimos relajarnos entre tantas emociones, gracias a la habilidad, buen gusto y simpatía de nuestros camarógrafos. Poder posar junto a edificios de unos 150 años, con un estilo rústico propio de una faena vitivinícola, añadió gran misticismo a nuestras fotos. Ya terminando este momento que era más íntimo entre nosotros, pasamos por una bodega de barricas de guarda cuya puerta daba al lugar dónde los invitados nos esperaban. Gran alegría poder abrazarlos e intercambiar palabras, poder sacarnos una fotos y reírnos entre tantas historias y anécdotas.
Ya avanzada la tarde, pasamos a almorzar, oportunidad en que pudimos degustar con tranquilidad cada uno de los platos que la banquetera había preparado. La decoración de la bodega, convertida en un comedor y pista de baile, lograba sacar el máximo provecho del lugar, haciéndonos sentir el peso de la historia en nuestras espaldas. Los discursos fueron profundamente emotivos y dotaron de gran emoción a ese momento. La barra de postres abrió, y empezó el pequeño caos previo a la fiesta.
Con María José preparamos un sencillo baile, que aunque no salió a la perfección, permitió comenzar una fiesta que se nos hizo completamente insuficiente. Esas horas fueron de pasar de la pista, a las mesas, a la barra, salir a conversar con los fumadores y volver a la pista. En esos movimientos el reloj corrió, y ya nos encontrábamos despidiéndonos de los invitados y dirigiéndonos al hotel dónde pasaríamos nuestra noche de bodas.
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