El matrimonio de Rebeca Ahumada Rojas y Mauricio Reyna Jeldes en Valparaíso, Valparaíso
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R&M
08 Feb, 2020La crónica de nuestro matrimonio
Desperté a las 8:00. No dormí un ápice. Recuerdos de lo vivido todos estos años junto a Rebeca surgían de mi cabeza como si fueran una serie de coloridos pañuelos. En parte sabía a lo que me dirigía, en parte lo ignoraba: hay muchas sensaciones conocidas y muchas nuevas en esta nueva vivencia.
En casa de mis padres la situación era la siguiente: la novia se fue con su madre a prepararse al hotel donde pasaríamos nuestra noche de bodas, contactábamos con la otra parte de su familia que venía viajando en vehículo desde La Serena, corríamos todos revisando nuestros trajes, detalles y artículos esenciales para la boda. El reloj pasaba lento, y el almuerzo fue una madeja de nervios. Cuando llegó el momento de vestirme, sabía que ya venía lo especial: el traje lo habíamos escogido para ella, para nosotros. Nos gustó con mi madre desde el momento en que lo vimos, y me sentí muy bien luciéndolo, pues era uno de nuestros colores temáticos, el morado. Sabía que causaría una gran impresión en ella, y eso era lo que más me importaba. El pelo no me acompañaba, y rara vez lo ha hecho, pero la verdad es que después de una centena de intentos llegamos a un acuerdo y lo dejamos en una versión más mesurada de mi pelo indomable.
Seguir leyendo »A las 17:30 ya estábamos fuera del local: calle Montealegre 780, Valparaíso. Las calles que nos vieron nacer como pareja, pues Rebeca muchos años vivió cuadras más arriba en sus años universitarios. Una tarde soleada con vista a los cerros; si bien ahora vivimos en La Serena, ¿cómo no habríamos de celebrar nuestra unión en la ciudad que nos cobijó como enamorados?
Los primeros invitados llegaron casi junto conmigo y mis padres. Un par de saludos nerviosos de mi parte, muchos abrazos y la alegría de ver que muchas personas que queremos estaban allí, con nosotros, para desearnos un buen viaje en esta nuestra aventura de vivir unidos. Cuando se abrieron las puertas, se realizó la recepción formal de los invitados y yo me dispuse a esperar junto al altar, sabiendo que la hora ya se acercaba. A las 18:00 horas estaba fijado nuestro matrimonio, la oficial civil llegó y, con mucha paciencia y cariño me explicó el procedimiento a realizar. Todo iba muy bien, todo estaba listo... salvo un detalle... la novia ni sus familiares de La Serena habían llegado.
En esa situación mis nervios crecieron, pues Rebeca es muy puntal y sabía por el pánico que debía de estar pasando por dicho retraso, y conocía el itinerario de nuestra oficial civil, quien tenía varias ceremonias más que realizar tras la nuestras. La espera se volvió eterna, y aunque los nervios estaban allí, sabía que la novia aparecería en cualquier momento.
A las 18:25 llegaron sus familiares y amigos de La Serena junto con mi hermana y su pareja, quienes los atendieron en casa de mis padres para que pudiera repostar algo de sus energías tras aquel viaje tan largo. Quizás este retraso fue necesario después de todo. La idea de celebrar este matrimonio era hacerlo junto a todos los que queremos, y eso involucra tener que esperar, lo iba a hacer. Ese pensamiento calmó mis nervios un poco.La novia llegó poco después, de fondo sonaba "You got a Friend" de Carole King, y sabía que era el momento. Mucho imaginé, mucho soñé y anticipé, pero nada fue como verla allí, llegando al altar. Tuve que juntar mucho aire para no llorar de la conmoción. Lo único que pude articular fue un suspiro torpe, sinónimo de todas las palabras que tenía pensadas y que salieron juntas en una masa ininteligible.Tras unir nuestras vidas bajo el amparo de la ley, tras la bendiciones de nuestros seres queridos y la unión simbólica de nuestras realidades separadas para crear una nueva realidad conjunta, fuimos a una pequeña sesión en los alrededores. Mucha gente se alegraba, nos saludaba y vitoreaba... fue muy reconfortante, sentir que, aunque se diga a veces que el matrimonio es un tema un tanto extinto, muchos se alegraron al ver a este par de recién casados disfrutando del momento, muchos tomaron fotos, muchos compartieron una sonrisa y, quién sabe, a muchos quizás les recordamos el dulce sabor que en aquel momento sentíamos. La verdad es que en ese momento sentía tantas cosas que me costaba un poco conectar con mi entorno, razón por la que creo haber exasperado en más de alguna vez al fotógrafo, quien tenía siempre que repetir sus indicaciones para las distintas poses en las que yo estaba acostumbrado. Nunca he sido mucho de posar, la verdad, pero en ese día ese el pequeño intento.Al regreso, hice un brindis destacando algo que creía, y creo, esencial: que dicha fiesta, que todo el esfuerzo realizado para la celebración de dicho matrimonio no fue para nosotros, sino que fue para ellos, para nuestros invitados, personas que participaron en la historia de cada uno de nosotros en distintas etapas, o que se sumaron después, cuando dábamos nuestros primeros pasos como pololos, pareja o novios. Todo esto fue para ellos, para conmemorar lo importante que es que compartan la vida con nosotros, para celebrar lo especial que es vivir en un círculo de cariño y cordialidad, para experimentar cómo las redes de afectos se expanden a lo largo de nuestra vida, conectando a personas muy distintas de carácter, pero unidas por el lazo de la familia o la amistad.El momento de la cena fue muy especial, mi esposa y yo regalamos a nuestros invitados un par de piezas breves. Luego, mi esposa dijo unas hermosas palabras de gratitud, y reforzó la importancia de esa nuestra filosofía como nuestro matrimonio: Tú, Yo y Nosotros, en constante diálogo, en constante apoyo mutuo.Tras estos instantes vino la cena propiamente tal, pero jamás contábamos con que después nuestros propios invitados nos sorprenderían con hermosos regalos musicales al piano y en la voz. Ambos estuvimos cerca de las lágrimas en dichos momentos tan bonitos, agradecidos de lo recíproco que era este sentimiento de alegría.Al comenzar la fiesta, las emociones pasaron a ser risas y júbilo. Todos bailaron, desde los jóvenes a los mayores. La música fue para todos los gustos y las dinámicas realizadas elevaron la fiesta a un nivel de entretención del que todos quedaron encantados. Realmente disfrutábamos mucho al ver cómo todos se divertían a su manera y que toda la gente interactuaba entre sí, aunque no se concieran previamente, e intercambiaban cálidas palabras o recuerdos que tenían con alguno de nosotros.Al ya caer la madrugada, la gente se despedía y nos agradecía profundamente por los instantes vividos... aunque en realidad la gratitud era más nuestra hacia ellos: ellos dieron a esta fiesta un área de unidad, de familia, de honesta celebración por nosotros.Nosotros, cansados, pero muy satisfechos, partimos al último, cuando ya las personas del local comenzaban a ordenar y prepararse para cerrar. Tuvimos que quedarnos un tiempo más por un traspié, pero todo sirvió para la última idea loca de mi amada esposa, una idea que empezó con un simple "¿Vamos así no más?" y que terminó con una caminata cerro abajo, con súper luna, en la madrugada porteña. Llegamos al hotel a pie, disfrutando cada paso, bajando una vez más esas calles que nos vieron solteros, que nos vieron en pareja, y que, desde aquel bello 8 de Febrero en adelante, nos verán felizmente casados.
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